¿Cómo es ser madre de prematuros?

Esta semana se celebra el Día Mundial del Niño Prematuro. Para homenajearlo, me he decidido a contaros mi experiencia. Muchos de vosotros ya la conocéis, pero aquí os cuento también mis emociones y vivencias desde una perspectiva muy personal.

Todo empezó… 


Un 29 de diciembre. Yo había pasado una noche muy mala. Llevaba días con un catarro considerable y no paraba de toser. Por la noche, me faltaba el aire, no sabía si era a causa del catarro, de la barriga o por qué, pero además esa noche tenía mucho dolor lumbar. Yo, matrona de profesión, esperaba y cruzaba los dedos para que ese dolor se debiera a las agujetas y molestias musculares por tanto toser pero, …, en el fondo sabía que algo no iba bien.

Por la mañana, decidimos acercarnos al hospital para que me vieran mis compis (gines y matronas) y me auscultaran y vieran el catarro.

La verdad, nadie le hizo demasiado caso a mi catarro porque en cuanto me exploraron vieron que tenía el cuello del útero acortado y en el monitor se visualizaban muuuuuchas contracciones.

Unas horas después, teníamos el diagnóstico: amenaza de parto prematuro. Rápidamente, me pusieron medicación para frenar las contracciones, madurar los pulmones de los peques, etc. Este ciclo de medicación dura 48 horas y cruzábamos los dedos para que funcionara y consiguiera frenarlas.

Con las horas, me fui haciendo a la idea de que mi embarazo no iba a llegar a término. Por suerte o por desgracia, he estado al otro lado de la cama en muchas ocasiones y tenía claro que las probabilidades eran escasas. Sin embargo, también tenía claro que cada día sumaba y que debía aguantar todo lo que pudiera.

Pasaron 48 horas y… 


Las contracciones frenaron en estos dos días. Los pulmones de mis peques habían sido madurados gracias a los corticoides y el ciclo se acabó. Era el 31 de diciembre a las 20 h.

Dos horas después aparecieron en la habitación todas mis compañeras, vestidas de cotillón y matasuegras para felicitarme la Nochevieja (recordad que yo trabajo en ese mismo hospital y las gines, matronas, auxiliares, celadores, etc., son compañeros y amigos míos). Pero mi cara era un poema. Las contracciones habían vuelto a aparecer en menos de dos horas y yo sabía lo que eso significaba: en cuanto me quitasen la medicación me pondría de parto. Con todo, me volvieron a poner otro ciclo y en seguida noté mejoría.

Tomé las uvas en una habitación del paritorio, junto a mis padres y mi marido. No me importaba estar allí sin cenar con el resto de mi familia, ni perderme la fiesta de Nochevieja de otros años, yo sólo quería aguantar. 

Mis familiares y amigos me intentaban calmar. Me decían que siempre habían existido los “sietemesinos” y que salían adelante. Pero estaba claro que ellos no sabían todas las implicaciones que tiene nacer prematuros. Ellos no lo sabían, pero yo sí.

Llegó el día… 


Aguanté 4 días más, con la medicación puesta de continuo, sin moverme de la cama prácticamente para nada.

Aquella mañana me desperté con dolor y ya no había vuelta atrás. Comenzaron las contracciones de nuevo y, finalmente, me bajaron de nuevo al paritorio. Pasé el día rodeada de mis compis y amigas matronas y, además, contaba con la confianza de saber que, de guardia, estaban dos ginecólogas en las que confiaba ciegamente y una neonatóloga de 10. Todos estaban preparados para atendernos. Todos menos nosotros…

Me hicieron la cesárea con mi marido a mi lado y una de mis mejores amigas al otro. Me enseñaron a mis niños nada más nacer, antes de que se los llevaran para que les atendieran los pediatras. Fueron segundos, pero a mí me sirvió. 

Después, me llevaron a reanimación y a mis peques se los llevaron a neonatos. No volvería a verlos hasta el día siguiente. 

El primer día con nuestros prematuros


Seguramente lo recordaré como el día más maravilloso y horroroso de mi vida a partes iguales. 

Por la mañana bajé a conocer a mis pequeños. En el momento de la cesárea pude verlos fugazmente durante unos segundos, pero necesitaba verlos más detenidamente. 

Yo sabía lo que me iba a encontrar, había visto ya otros niños prematuros y no me sorprendió, pero no es lo mismo vivirlo desde el otro lado, desde la posición de madre.

Además, tenía mucho dolor, sólo hacía 12 horas de la cesárea y las prisas no fueron buenas. Martina estaba muy bien, respirando por ella misma, sin necesidad de oxígeno. Leo, en cambio, necesitaba oxígeno y hacía mucho esfuerzo por respirar. Pero yo no me pude mantener mucho más tiempo allí, necesitaba irme a la habitación y descansar.

Por la tarde volvimos a bajar y me ayudaron a colocar a Martina piel con piel. Lloré, lloré mucho, de felicidad y de tristeza, todo a la vez. Pero Leo no mejoraba, sino todo lo contrario. Tenía un neumotórax y necesitaba mucha atención médica y muchos cuidados.

Fue muy difícil, tenía a mi niña en mis brazos por primera vez, y a la vez estaba mirando a la incubadora de enfrente sabiendo que la situación no era buena para mi otro hijo.

Tras una noche dura, Leo empezó a estabilizarse. Tuvo sus altibajos durante varios días. Tantos que, durante todos ellos, no pude ponérmelo piel con piel ni tenerlo en brazos.

Un día, le pedí a la enfermera que me enseñará su cara aprovechando que le retiró la mascarilla de oxígeno para asearle. Tenía 5 días y aún no le conocía. Siempre llevaba gorro, antifaz para que la luz ultravioleta no le hiciera daño a los ojos, y la mascarilla de oxígeno que le ocupaba toda cara. Me pareció el niño más bonito del mundo, me enamoré de él en ese preciso momento y llamé a mi madre para contárselo. Al día siguiente pude hacer piel con piel con él por primera vez.

Pasaron 45 días 


Pasaron los días y fueron mejorando. Pero esto es una carrera de fondo, donde hay días mejores y días peores. A veces dan un paso atrás y de repente, dan dos hacia delante. Requiere paciencia y tranquilidad, habilidades de las que yo carecía hasta entonces. Y de repente llegó el día del alta y me pareció increíble.

Por fin salimos del hospital con los brazos llenos, pensando que todo había terminado, pero nada más lejos de la realidad. Esto no había hecho más que empezar. Comenzaba nuestra vida en familia y la aventura más maravillosa y loca de nuestra vida. 

Conclusión


Ser madre o padre de prematuros es mucho más que tener un hijo que ha nacido antes de tiempo. 

  • Es salir del hospital sin tus niños en brazos cuando te vas a casa. Ninguna madre debería irse sin su bebé a casa, es algo que no te habías imaginado y para lo que no estás preparada. 
  • Es llegar a casa con las manos vacías y el corazón roto.
  • Es irte cada noche a casa con la sensación de que los abandonas, pero con la necesidad de descansar física y emocionalmente.
  • Es dolor físico, por estar sentada muchas horas en una silla teniendo una cesárea. Te duele la herida, te duele el coxis y te duele el pecho por una subida de leche que sólo vacía un sacaleches.
  • Es dolor emocional, preocupación, miedo a tocarlos, a pegarles cualquier infección que pueda empeorar la situación, a besarlos, a abrazarlos, …. 
  • Es la sensación de culpa, por no haberte cuidado lo suficiente, por no haber hecho más reposo, porque tu cuerpo no pudo mantenerlos dentro y ellos lo necesitaban.
  • Es celebrar su primer cumplemés en una UCI. Rodeados de médicos, enfermeros y auxiliares, pero sin otras personas que echarás en falta.
  • Es aceptar que sus abuelos, tíos y resto de familia no podrá tocarlos ni cogerlos en brazos en mucho tiempo, muchos de ellos ni siquiera podrán conocerlos.
  • Es miedo, a las complicaciones físicas al principio y, más tarde, a las consecuencias neurológicas y emocionales.
  • Es celebrar cada hito del desarrollo como un logro extraordinario y no como algo normal.
  • Es una lucha de años, de terapia, fisioterapia, estimulación para paliar estos dos meses que les faltaron. 
  • Pero también es, ver como tus bebés se desarrollan y crecen fuera de ti. 
  • Es sentirte útil haciendo piel con piel durante horas y horas.
  • Es ver calostro en tu leche durante más de 1 mes y saber que su mejor medicina sale de tu cuerpo y tus cuidados.
  • Es celebrar cada avance como una fiesta.
  • Es adquirir una nueva familia dentro de la UCI que viven cada avance con la misma ilusión que tú, pero con mucha la confianza que les da la experiencia. 
  • Es darte cuenta de que estás rodeada de gente que te quiere y que te apoya deseándote cosas bonitas. 

Esta es mi historia y mi vivencia. Con este blog sólo quiero conseguir dos cosas: poder ayudar a alguien que esté pasando por lo mismo, aunque solo sea a poner palabras a algunas emociones, y agradecer a todos los que estuvieron y, aún están, acompañándonos en esta aventura.

¡Gracias! 

Bebés prematuros en su cuna

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Emma Salado, coach sueño bebé

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Soy Emma Salado, matrona y coach de sueño infantil.

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